Día 2 de la novena
Oración Inicial
¡Oh Dios!, que en los orígenes tu Espíritu aleteaba sobre las aguas, para que tuviesen la fuerza de santificar, te rogamos desciendas con tu Espíritu, para que los que hemos renacido de las fuentes bautismales –tus hijos–, seamos ahora bautizados en el fuego del amor ¡Oh Dios!, que en la plenitud de los tiempos, tu Hijo, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en el seno de la Virgen, te pedimos infundas tu Espíritu, para que se produzca como una encarnación de tu Verbo en nuestras almas, haciéndonos hijos en el Hijo ¡Oh Dios!, que en los días de Pentecostés, tu Iglesia, en Cenáculo con María, recibió la fuerza del Espíritu Santo; te suplicamos, Padre, envíes tu Espíritu sobre nosotros, tus Peregrinos, y realiza un nuevo Pentecostés, para ser así testigos de la alegría pascual de tu Hijo.
¡Oh Dios!, que en la potencia creadora del Espíritu Santo, no dejas de enriquecer a tu Iglesia con nuevas vidas de santidad; te rogamos mandes, Padre, con tu Hijo, al Espíritu Santo: Espíritu de las Bienaventuranzas, Espíritu de unidad y caridad, para que hoy como ayer, la Iglesia de la Eucaristía, revitalizada en los dones y carismas de tu Espíritu, sea Sacramento de Unidad y salvación para todos los pueblos. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
DÍA SEGUNDO
“El Amor todo lo purifica, diviniza y trasciende” “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté, estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos, y yo en ellos”
(Jn. 17, 24-26)
Meditación
Para que estos designios eternos se realicen en cada uno de nosotros hemos de tener presente que la vida cristiana es esencialmente amor. Esa caridad que el Espíritu Santo derrama en las almas, forma de todas las virtudes, y vínculo de perfección; por tanto, por Él y con Él, sólo es posible la plenitud de la vida cristiana, sólo Él la hace fecunda, que no es otra cosa que la reproducción fiel de Jesús en cada uno de nosotros, es decir, la verdadera santidad, cuya perfección se realiza desde el Amor y en el Amor. Por consiguiente, nuestra oración constante y perseverante ha de ser la petición evangélica del Divino Paráclito, y venga así a nosotros esa perfecta caridad que lo perfecciona y embellece todo. Sólo así las obras desvelarán el misterio de la fe, para que el mundo crea…
Oración Final
¡Abbá! Tú que al crearnos infundiste en nosotros el aliento de vida, y tras el pecado nos enviaste a tu Hijo Unigénito para salvarnos, te pedimos, por la intercesión de la Santísima Virgen María, que prepares nuestros corazones, para poder así nacer de nuevo en el Espíritu, dando testimonio de la Verdad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.