Él es quien nos manifiesta cómo debemos vivir, ya que, como veíamos en días pasados, nuestra vida es un don, un regalo que nos ha sido dado. Somos templo del Espíritu Santo, porque la verdadera vida se nos ha manifestado en Cristo. De allí que contradigan totalmente la Voluntad de Dios, las corrientes del mundo -como el aborto y sus ideologías afines-, que afirman, de muchas maneras y medios, que no necesitamos a Dios para ser felices, que la felicidad radica en hacer lo que queramos, tener dinero para suplir nuestros deseos y dar rienda suelta a todo tipo de placeres, pues “nuestra tranquilidad depende de los bienes que poseamos”. Siguiendo estos derroteros, nos tornamos materialistas, interesados y egoístas, sin atender al bien de los demás y convertimos nuestro templo, el lugar que Dios se ha preparado para el encuentro personal con Él, en cueva de bandidos.
Es, pues, necesario, dejarle entrar a través de la oración, para que derribe y expulse cuanto impide nuestra unión con Él; así, por medio de los Sacramentos, permanece habitando en la morada de nuestro corazón. De ahí la importancia de visitar al Señor en su Casa, que es la Iglesia, y prepararnos para vivir intensamente la Eucaristía, donde recibimos la fuerza necesaria para perseverar en el camino correcto.
Que la Santísima Virgen María nos alcance la gracia de disponer el corazón para acoger a su amadísimo Hijo, Camino, Verdad y Vida, contemplándole y escuchando su Palabra con fe, viviendo alegres en su Voluntad, y encaminando a quienes nos rodean por esta misma senda.