16 de marzo

Sin sacrificio no hay vida

Iv Martes de Cuaresma

Sin sacrificio
22 de febrero

Hemos de reconocer que en la actualidad somos testigos de grandes adelantos técnicos y científicos en pro de mejorar la calidad de vida humana, dando lugar por ello mismo a una absolutización de la salud temporal, como si del Evangelio mismo se tratase. De allí que resulta importante recordar que la existencia de todo ser humano no se agota en el tiempo, por lo cual no debemos caer en la tentación de darle a la salud temporal valor absoluto, hasta el punto de olvidar la verdadera salud que dice referencia a la vida Eterna.

Por ello se nos exige profundizar en el valor redentor del sufrimiento, el cual nos ha sido enseñado por Cristo nuestro Señor. El cuerpo humano es sagrado, creado para que Dios habite en él. Cuando la gracia divina mora en el hombre, el cuerpo se convierte en templo misterioso del Espíritu Santo, casa donde habita el Amor de Dios. A partir de ello comprendemos que la respuesta de cada cristiano, cuando la enfermedad desequilibra la integridad de su cuerpo, ha de ser precisamente el amor, esa acogida llena de paz, en la confianza total de que nuestro Padre del Cielo cuida cada detalle de nuestra existencia, y si permite las pruebas, provee con ellas la gracia de sobrellevarlas con generosidad y paciencia, de modo que podemos valernos incluso de los padecimientos para unirnos más a Él, ofreciéndoselos en sacrificio por la salvación de las almas que corren peligro de perderse.

Así es; la enfermedad acogida como una gracia, nos lleva a reconocer que quien sufre en el cuerpo no está solo, Cristo nuestro Señor sufre en él; de allí que san Pablo afirmase: “Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte”. Resulta contradictorio, pero es la más hermosa realidad: Aunque el cuerpo esté totalmente inmóvil, sin poder pronunciar palabra alguna; cuando para el mundo aparentemente ya no somos útiles, para Dios es el momento más importante de la vida; Él está en cada enfermo actualizando su entrega para la salvación del mundo, completando en aquella carne sufriente lo que falta a su Pasión, porque sin sacrificio no hay vida.

Hoy especialmente Dios desea dirigirse a los enfermos terminales, invitándoles a refugiarse en la Virgen Santísima y con su ayuda acoger como un tesoro el dolor, la enfermedad, porque el Amor es más fuerte y todo lo puede. Mas también puede preguntarles como al hombre del Evangelio: ¿Quieres quedar sano? Entonces, si es lo mejor para ellos, les sanará, manifestando también así su Gloria.

Compromiso de hoy

Recitemos la siguiente oración que compuso san Juan Pablo II, y compartámosla también con aquel familiar, amigo o conocido que se encuentra desesperanzado a causa de la enfermedad; a fin de que cobrando nuevas fuerzas del manantial de la oración, una a la Pasión de nuestro Señor sus padecimientos y participe también de su Resurrección.

Señor,
Tú conoces mi vida y sabes mi dolor,
Haz visto mis ojos llorar,
Mi rostro entristecerse,
Mi cuerpo lleno de dolencias
Y mi alma traspasada por la angustia.

Lo mismo que te pasó a Ti
Cuando, camino de la cruz,
Todos te abandonaron
Hazme comprender tus sufrimientos
Y con ellos el Amor que Tú nos tienes.

Y que yo también aprenda
Que uniendo mis dolores a tus Dolores
Tienen un valor redentor
por mis hermanos.

Ayúdame a sufrir con Amor,
Hasta con alegría.
Si no es “posible que pase de mi este cáliz”.
Te pido por todos los que sufren:
Por los enfermos como yo
Por los pobres, los abandonados,
los desvalidos, los que no tienen
cariño ni comprensión y se sienten solos.

Señor:
Sé que también el dolor lo permites Tú
Para mayor bien de los que te amamos.
Haz que estas dolencias que me aquejan,
Me purifiquen, me hagan más humano,
Me transformen y me acerque mas a Ti.
Amén.