6 de marzo

Vuelve a casa...

II Sábado de Cuaresma

el hijo
6 de marzo

Con frecuencia al meditar en esta parábola, nos centramos en lo mal que obró el hijo menor, en la envidia y antipatía de su hermano, en la esta del retorno, en el criado que fue a invitar al mayor, etc., pero muy poco reparamos en la gura del Padre, en su amor, su sufrimiento, su silencio, su espera, su perdón, del cual deriva el sentido más profundo de esta historia.

Empecemos recordando qué es lo que mueve al hijo pródigo a volver a casa de su Padre. Ciertamente, en vista de su grave necesidad, su pensar va dirigido a la comida de aquel lugar, pero si vamos más allá, podremos ver que en la memoria de aquel joven se guardaba la bondad de su padre, que cuidaba y alimentaba con generosidad incluso a sus jornaleros. Es este precioso detalle el que despierta en el hijo la esperanza en el perdón y la acogida en el hogar paterno, aunque no se imagina que el Padre aguarda por él no para darle las migajas de las que se había hecho digno al partir atraído por el ímpetu de sus pasiones, sino la maravilla de su Misericordia, restaurando su condición de hijo -como lo hace con nosotros en el sacramento de la confesión- revistiéndole de gracia, calzando sus pies de nuevo con el celo por su Palabra amorosa, y poniendo en su dedo el anillo de la alianza que desde siempre ha querido sellar con él y con su hermano, y que brota de la locura de su amor por cada uno de ellos.

Aquel momento de encuentro de la miseria con la misericordia ha de hacernos estremecer, porque lo que el Señor nos presenta no es “un cuento”, como para hacerse entender, sino la descripción de nuestra vida, del Dios que lo ha dado todo por nosotros, sin reservarse siquiera a su propio Hijo, y la ingratitud con que tantas veces correspondemos a tan gran bondad. No perdamos más tiempo, hermanos, pensando como el hijo mayor (que cumplía, sí, sus obligaciones, pero no lo hacía por amor, sino por rutina, conveniencia y avaricia), seamos nosotros como aquel hijo que vuelve a casa y abrazado al cuello de su Padre, mientras Éste le llena de besos digámosle: «Padre, he pecado», y con el auxilio de nuestra Madre Celestial, empecemos una nueva vida.

Compromiso de hoy

Realicemos, con el amparo de María nuestro examen de conciencia, y hagamos todo cuanto esté de nuestra parte para poder acudir en los próximos días a un sacerdote y recibir la gracia que confiere el sacramento de la Reconciliación.