17 de marzo

El Señor es bueno con todos

IV Miércoles de Cuaresma

El camino cuaresmal
17 de marzo

El camino cuaresmal es ante todo un camino de conversión, es decir, una invitación a salir de las tinieblas para ir a la luz maravillosa. Pero este cambio, o mejor dicho, este paso de la muerte a la vida, sólo puede recorrerse en la medida en que el corazón se dispone a reconocer el gran Amor que Dios nos tiene, pues la comprensión y experiencia de ese Amor Divino es la que puede ayudarnos a superar las dudas, temores, vacíos, complejos, heridas y luchas que muchas veces podemos encontrarnos en este caminar.

Pensemos por un instante, cuántas veces hemos escuchado de nuestros familiares, amigos, vecinos e incluso de nosotros mismos, especialmente en los momentos más difíciles, la misma expresión de la primera lectura: «Me ha abandonado el Señor, mi Señor me ha olvidado». Mas hoy el Señor nos responde a nosotros, exactamente con las mismas palabras con que hace tantos años respondió al pueblo de Israel: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré».

Qué maravilloso es disponernos a seguir caminando hacia el Calvario en esta cercana Semana Santa, convencidos del gran amor que Dios nos tiene, pues Él es clemente y misericordioso CON TODOS; como nos lo recuerda el Salmo, Él es bueno con todos, y cariñoso con todas sus criaturas. De allí que el Señor pidiese a santa Faustina: «Hija mía, escribe que cuanto mayor es la miseria de un alma, mayor es su derecho a mi Misericordia; (Exhorta) a todas las almas a confiar en el abismo insondable de mi Misericordia, porque quiero salvar a todos».

Que María, Consuelo de los afligidos, nos alcance la gracia de reconocer la Bondad de nuestro Dios, y comunicarla con generosidad a quienes nos rodean.

Compromiso de hoy

Hagamos en este día el ejercicio de traer a cuenta en nuestra memoria -tal vez en algún momento que compartamos en familia-, todo el bien que Dios nos ha hecho. Que fluya de lo profundo del alma, uniéndonos al Cántico de la Santísima Virgen, la gratitud debida a nuestro Padre del Cielo, que ha cuidado cada detalle, y aun en los momentos difíciles de nuestra vida no ha cesado de sostenernos, ni cesará de hacerlo.