El camino cuaresmal es ante todo un camino de conversión, es decir, una invitación a salir de las tinieblas para ir a la luz maravillosa. Pero este cambio, o mejor dicho, este paso de la muerte a la vida, sólo puede recorrerse en la medida en que el corazón se dispone a reconocer el gran Amor que Dios nos tiene, pues la comprensión y experiencia de ese Amor Divino es la que puede ayudarnos a superar las dudas, temores, vacíos, complejos, heridas y luchas que muchas veces podemos encontrarnos en este caminar.
Pensemos por un instante, cuántas veces hemos escuchado de nuestros familiares, amigos, vecinos e incluso de nosotros mismos, especialmente en los momentos más difíciles, la misma expresión de la primera lectura: «Me ha abandonado el Señor, mi Señor me ha olvidado». Mas hoy el Señor nos responde a nosotros, exactamente con las mismas palabras con que hace tantos años respondió al pueblo de Israel: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré».
Qué maravilloso es disponernos a seguir caminando hacia el Calvario en esta cercana Semana Santa, convencidos del gran amor que Dios nos tiene, pues Él es clemente y misericordioso CON TODOS; como nos lo recuerda el Salmo, Él es bueno con todos, y cariñoso con todas sus criaturas. De allí que el Señor pidiese a santa Faustina: «Hija mía, escribe que cuanto mayor es la miseria de un alma, mayor es su derecho a mi Misericordia; (Exhorta) a todas las almas a confiar en el abismo insondable de mi Misericordia, porque quiero salvar a todos».
Que María, Consuelo de los afligidos, nos alcance la gracia de reconocer la Bondad de nuestro Dios, y comunicarla con generosidad a quienes nos rodean.