«“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 20-21). “Cuando José se despertó del sueño —concluye el Evangelista— hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1, 24).
[…] Las palabras que Dios le dirige: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer” (Mt 1, 20), ¿acaso no se dirigen a cada uno de vosotros? ¡Queridos hermanos, maridos y padres de familia! “No tengáis miedo de llevar…” ¡No abandonéis! Fue dicho al principio: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Gen 2, 24). Y Cristo añade: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mc 10, 9). La unidad de la familia, su estabilidad es uno de los bienes fundamentales del hombre y de la sociedad. La unidad de la familia constituye la base de la indisolubilidad del matrimonio; si el hombre, si la sociedad buscan los caminos que privan al matrimonio de su indisolubilidad y a la familia de su cohesión y de su estabilidad, entonces cortan como la raíz misma de su fuerza moral y de su salud, se privan de uno de los bienes fundamentales, sobre los que está construida la vida humana.
Hermanos queridos: Esa voz que escuchó José de Nazaret aquella noche decisiva de su vida, llegue siempre a vosotros, en particular cuando amenaza el peligro de la destrucción de la familia. “No tengas miedo de perseverar”. “¡No abandones!”. Comportaos como lo hizo ese hombre justo.
José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María y al que ha sido engendrado en ella (cf. Mt 1, 20). Así dice Dios-Padre al hombre con el que, en cierto modo, ha compartido su paternidad. Queridos hermanos: Dios comparte, en cierto sentido, su paternidad con cada uno de vosotros. No del modo misterioso y sobrenatural con que lo hizo con José de Nazaret… Y, sin embargo, toda paternidad en la tierra, toda paternidad humana toma de Él su origen, y en El encuentra su modelo. Vuestra paternidad humana, queridos hermanos, se une siempre con la maternidad. Y el que ha sido concebido en el seno de la mujer-madre os une a vosotros esposos, marido y mujer, con un vínculo particular que Dios-Creador del hombre ha bendecido desde “el principio”. Este es el vínculo de la paternidad y de la maternidad, que se forma desde el momento en que el hombre, el marido, encuentra en la maternidad de la mujer la expresión y la confirmación de su paternidad humana.
La paternidad es responsabilidad por la vida: por la vida, primero concebida en el seno de la mujer, luego dada a luz, para que se revele en ella un nuevo hombre, que es sangre de vuestra sangre y carne de vuestra carne. Dios que dice: “no abandones a la mujer, tu esposa”, dice al mismo tiempo: “¡acoge la vida concebida en ella!”. Como le dijo a José de Nazaret, aunque José no fuese el padre carnal de Aquel que fue concebido por obra del Espíritu Santo en María Virgen.
Dios dice al hombre: “¡Acoge la vida concebida por obra tuya! ¡No permitas que se suprima!”. Dios habla así con la voz de sus mandamientos, con la voz de la Iglesia. Pero habla así sobre todo con la voz de la conciencia. La voz de la conciencia humana. Esta voz es unívoca, a pesar de cuanto se haga para impedir que se la escuche y para sofocarla, esto es, para que el hombre no escuche y la mujer no escuche esta voz sencilla y clara de la conciencia.
Los hombres del trabajo, los hombres del trabajo duro conocen esta voz sencilla de la conciencia. Lo que ellos sienten del modo más profundo es precisamente ese vínculo que une el trabajo y la familia. El trabajo es para la familia, porque el trabajo es para el hombre (y no viceversa), y precisamente la familia y ante todo la familia es el lugar específico del hombre. Es el ambiente donde es concebido, nace y madura; el ambiente en favor del cual asume la responsabilidad más seria, en el cual se realiza cotidianamente; el ambiente de su felicidad terrena y de la esperanza humana. Y por esto, hoy, día de San José, conociendo los corazones de los hombres del trabajo, su honestidad y responsabilidad, manifiesto la convicción de que precisamente ellos asegurarán y consolidarán estos dos bienes fundamentales del hombre y de la sociedad: la unidad de la familia y el respeto a la vida concebida bajo el corazón de la madre.»
(Extracto de Homilía, S. Juan Pablo II, marzo 19 de 1981).
Celebremos con gozo y en familia esta gran solemnidad. Aprovechemos las innumerables gracias que, por ser el año jubilar de este santo Patriarca, nos son concedidas, especialmente las indulgencias plenarias, que podemos alcanzar al confiar el trabajo diario a san José, orar por los desempleados, realizar una obra de misericordia o meditar al menos 30 minutos en el Padre Nuestro; añadiendo las habituales prácticas prescritas por la Iglesia: confesión sacramental, recibir la santa Comunión y rezar por las intenciones del Santo Padre.