P. Fray Juan Antonio de María

«Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.»

(Lc 15,6)

De la pista de baile al confesionario

peregrinos de la eucaristía
Testimonio Padre Juan

Y... ¿Cómo inicia mi historia?

A decir verdad, inicia en la eternidad, en el Corazón de Dios, pero fue en algún momento del tiempo que yo descubrí que Dios me llamaba.

Empecemos por decir que mi nombre es Juan Antonio de María, nací en Cúcuta (Colombia). Tengo 42 años de vida, soy el primero de cuatro hermanos varones, hijos del matrimonio de mi padre y mi madre, y además tengo tres hermanitas por parte de mi padre en una segunda unión. No es fácil resumir, pero sí puedo describir los momentos esenciales en que caes en la cuenta de que Dios te habla, te enseña, te lleva de la mano, aunque no lo sepas.

Tuve una niñez y adolescencia más bien tranquila, ahora puedo ver que en aquella edad ya Dios me daba sus muestras de amor, aunque yo no me daba cuenta de ello. Mi juventud, en cambio, fue algo agitada; a decir verdad, el mundo me absorbió, aprovechando que salí de casa a los 16 años y me trasladé a una ciudad más grande para estudiar en la universidad. Pero por gracia de Dios siempre tuve a esos mensajeros que te van indicando el camino; en mi historia particular veo que fueron algunas amigas y en especial una novia, las que me fueron llevando hacia Dios.

Alguna de ellas me invitaba a Misa, otras me citaban allí en la iglesia, y mi novia en aquel entonces, me enseñó de manera muy sencilla pero exacta, quién era el que estaba en el Sagrario; me dijo el nombre de esa “cajita” -como yo le decía-, y me dijo por qué estaba la luz encendida allí: Señalando la presencia de Jesús Eucaristía. Paralelo a esto, yo llevaba mi vida de mundo pensando que no era malo porque no hacía daño a nadie… pero sí me estaba haciendo daño a mí mismo con lo que el mundo me ofrecía.

Volviendo al tema de los mensajeros que Dios nos envía, fue una novia la que me acercó al Señor, fue ella la que precisamente me invitó a confesarme, a lo cual accedí después de más de 10 años sin acercarme a este Sacramento (es decir, no me confesaba desde mi Primera Comunión). Y allí justamente, en esa confesión, me llegó “el momento de gracia”; allí, en aquel 30 de mayo de 1998, a mis 21 años, descubrí con claridad el amor de Dios que me perdonaba… Lloré copiosamente mis pecados y vi claramente cómo Dios empezó a cambiarme la vida, y cómo iniciaba mi conversión. Allí el Señor me dio una gracia que sólo años más tarde comprendí, y es la de tener una mirada nueva y comprender cuánto me ha amado, y cómo muchos en la Iglesia han orado y ayunado por mi conversión, aunque no me conocían.

De hecho, ese mismo día de mi confesión, de regreso a mi residencia de universitario, pasaba por una famosa calle de la ciudad en donde estaban los mejores sitios de baile y diversión nocturna; al verlos, pensaba para mis adentros: “Yo aquí, perdiendo mi sueño, mi salud, mi dinero… ¡Por aquí no vuelvo!”.

Definitivamente, Dios había cambiado mi forma de pensar y, por ende, mi manera de ver las cosas y de vivir; desde ese día empecé a asistir a la Santa Misa todos los días, a rezar el Rosario, a visitar el Santísimo, entre otros actos de fe que me enseñaron en la comunidad religiosa que conocí en esos primeros pasos. Luego, por regalo de Dios empecé a prepararme para consagrarme totalmente a la Virgen María -cosa que hoy veo como el acto más inteligente de mi vida- ya que con Ella nos llegan todas las gracias.

Paso a paso fui descubriendo que Dios me llamaba

ingresé a la vida religiosa y hoy en día soy sacerdote, y soy feliz, disfruto la vida como nunca… Justamente ahora sé que es disfrutar la vida, contrario a lo que el mundo me decía en mi juventud, ya que conocí algo de ese mundo y lo que ofrece: diversión, placer, vanagloria; el mundo te “hechiza” y te ofrece placeres, luego te sube en la vanagloria, y al final te deja solo frente a la muerte. Todo empieza con aquella clásica frase: “Disfruta la vida, eres joven” pues hoy, habiendo probado aquello y luego por misericordia de Dios habiendo degustado lo que Dios me da, te puedo decir a ti que lees este testimonio, que para disfrutar la vida necesitas a Dios, el Creador de tu vida…

Todas las fiestas del mundo no superan un solo minuto de alabanza frente al Señor, en donde verdaderamente experimentas que sales de este planeta… La adrenalina que me producían las locuras que hacía, no es nada en comparación con un solo minuto de misión, en donde te expones a lo que venga, pero sabes que la mano de Dios se posa sobre ti. Todos los éxitos mundanos (por no hablar de los concursos de baile de la universidad en donde ocupé el 2do, 1ero, y 3er lugar en diferentes ocasiones), no logran saciar ni lo más mínimo mi corazón, que sabe que sólo Dios basta.

Hoy en día soy sacerdote, confesor, misionero y pescador de hombres (si dijera lo contrario mentiría). No puedo negar que en el caminar de la fe hay momentos de dolor, de pruebas, de caídas y levantadas, momentos en donde debes “llorarle al Señor”, pero eso no quiere decir que no haya disfrutado todo este tiempo con Él. En verdad, caminar con Dios es disfrutar de la vida en plenitud.

Recuerdo que cuando ingresé a la vida religiosa, muchos amigos y conocidos se cuestionaban y decían “cómo puede un muchacho como este tomar una decisión como esa… de entregar su juventud y su vida a Dios.” Además, no fui el único, algunos otros jóvenes dieron el mismo paso y, por gracia de Dios, en aquellos inicios ayudé a algunos(as) a que le dijeran “¡SÍ!” Al Señor -entre ellos una prima, que en este momento es religiosa contemplativa-. Notaba un factor común en todos aquellos que nos cuestionaban, y era que no veían como algo malo que un chico o una chica entregaran su juventud a la droga, al alcohol, al dinero fácil o a cualquier vicio… eso era algo común y hasta “normal”; pero, en cambio, sí era cuestionable que alguien entregara su juventud y su vida a Dios y al servicio de los demás. Así que, ante una deducción tan sencilla, fue más fácil decidirse por ese Dios amoroso y bueno que te llama y que, sin mérito tuyo, te ha elegido, por ello decidí dar el paso y consagrarme a Dios. Además, la vocación es algo que tú no te inventas, es un regalo que te llega, sólo debes recibirlo y agradecerlo diciéndole “Sí, Señor, quiero seguirte y caminar contigo.”

Si te interesa probar si es cierto o no lo que aquí describo, te invito a escribir y a participar del algún retiro, actividad, o misión de la comunidad… En resumen, te diré las palabras que el Señor le dijo a Juan y Andrés… “VENID Y LO VERÉIS” .