Hermana Inés María de Jesús Eucaristía
peregrinos de la eucaristía
Testimonio: Siguiendo al Pastor
(Sal 138)
En una ocasión decía mi padre: «Yo no estoy orgulloso de que mi hija sea religiosa, estoy agradecido con Dios, pues si ella está ahí es porque Dios existe, porque Dios cambia la vida».
De eso mismo doy testimonio, porque Dios existe y prueba de ello es que soy religiosa; yo no me he llamado a mí misma, no es un invento humano, sino puro amor de Dios.
Nací en Madrid (España), por gracia de Dios en una familia católica, de la que aprendí el amor a Dios y a la Santísima Virgen María, mi Madre, a quien debo mi vida y mi vocación.
Según los médicos, habría de nacer en junio, por lo cual mi padre -que es militar-, estaba embarcado de maniobras cuando en mayo, tras un embarazo difícil, mi madre me dio a luz por cesárea de urgencia; mi corazón se detuvo un momento, por esta razón, dijo a la Santísima Virgen que, si todo salía bien, me entregaría a Ella y un día me llevaría a Fátima (pues aquel día era 13 de mayo de 1994). Y así sucedió, el día de mi bautismo me entregó a la Virgen, poniéndome como segundo nombre María de Fátima; desde ese día nuestra Madre Santísima ha estado a mi lado.
En una ocasión decía mi padre: «Yo no estoy orgulloso de que mi hija sea religiosa, estoy agradecido con Dios, pues si ella está ahí es porque Dios existe, porque Dios cambia la vida». De eso mismo doy testimonio, porque Dios existe y prueba de ello es que soy religiosa; yo no me he llamado a mí misma, no es un invento humano, sino puro amor de Dios.
El fuego de la llamada del Señor se encendió en mí cuando tenía nueve años, después de mi primera comunión. Me regalaron un librito con dibujos de la historia de santa Teresita del Niño Jesús; al leerlo dije: “Yo quiero ser como ella”. Escribí una carta muy cortita a las Carmelitas -a quienes visitaba con mi abuela-, en ella les decía que había leído aquel libro, que quería ser monjita y que rezaran por mí. Sin embargo, nunca llegué a enviarla, pues no sabía cómo hacerlo; además, sentía que era un secreto que debía guardar. Volví a encontrarla cuando tenía dieciséis años… Mas, para ese entonces había olvidado aquel amor pensando en estudiar arquitectura y ser madre de muchos hijos; así que, rompiéndola, la tiré.
Comencé la carrera. Poco a poco dejé de ir a misiones, me aislé de mi familia, abandoné el deporte, la música -el piano que tanto me gustaba-, y me encerré en mí misma y en lo que pensaba que iba a ser mi vida. No obstante, aunque consideraba: “Tengo una familia maravillosa, estoy estudiando lo que quiero en una buena universidad, tengo un coche y la posibilidad de viajar y disfrutar con mi familia y amigos…”,
Hoy sé que ese grito era un deseo de Dios (a quien no buscaba, porque pensaba ya conocerle). Él quería entrar en mi vida, me estaba pidiendo la vida y yo pretendía llenarme con lo que el mundo me ofrecía, pero nada bastaba: Las estas y las cosas acababan, las personas mudaban… Solamente cuando estaba ante el Santísimo Sacramento, o cuando iba a misiones, esta sed se calmaba y experimentaba la verdadera alegría de Dios, de amarlo y de darlo.
En el verano de 2013, buscando ese “¿para qué?” de mi vida, fui con mi hermana y una amiga (que hoy por gracia de Dios es también religiosa de los Peregrinos de la Eucaristía), a una peregrinación mariana. Allí, fue como si cayera el velo que hasta entonces había en mis ojos, y supe que Jesús estaba presente en la Eucaristía, que estaba muy cerca de mí y me amaba. Comprendí que era a Él a quien buscaba, y al mismo tiempo, que era Él la respuesta a todas mis preguntas y deseos, que había sido creada para una misión y aquí estaba de paso, porque la meta es el Cielo.
Llena de paz y alegría, volví a mi casa con la certeza de estar en manos de Dios, pero sin saber todavía cómo y de qué manera quería que me entregase a Él. Seguí estudiando, pero ya no como antes, pues mi vida había cambiado: Dejé de salir en las noches de verano, empecé a rezar el rosario completo todos los días, a asistir a Misa diaria y a frecuentar la adoración eucarística, lo cual fue un choque especialmente para mis amigas, pero Dios en su providencia, había puesto a mi lado dos verdaderas amigas con quienes comencé a compartir este nuevo amor a Jesús y a María.
Al volver en el verano siguiente en peregrinación, acordamos juntas pedirle a la Virgen un buen novio que compartiese con nosotras la fe, pero… ¡Jamás imaginé que me daría al mejor de los esposos: a su mismo Hijo! En la peregrinación de aquel año conocí a los Peregrinos de la Eucaristía; entre tantas comunidades con hábito y jóvenes que había, me fijé en ellos; su hábito me atraía mucho, era como ver en un espejo todo lo que había dentro de mí.
Tras hablar con ellos, fui a visitarles en Tudela (Navarra). Desde que entré en aquel lugar, se estremeció mi corazón y supe con plena claridad que Dios me llamaba a ser su esposa. La noticia fue impactante para mi familia y mis amigos; muchos pensaron que era una locura, que debía terminar la carrera, que lo debía pensar mejor… Pero el fuego que Dios encendió en mi corazón y el inmenso Amor con que me atrajo era tan fuerte, que sólo contaba los días para ingresar a la comunidad para siempre.
Con alegría y lágrimas escribí una canción. Siempre deseaba componer, pero no sabía a quién cantarle, mas ahora me había enamorado del Señor y Él había dado un giro a mi vida y me regalaba un cántico nuevo.
Hoy doy gracias a Dios porque su Palabra es verdad: Dejé casa, padre, madre, hermanos, hermanas, pero me ubicó en una Familia consagrada, y cada día me sorprendo de tan inmerecido regalo. Soy feliz de ser Peregrina de la Eucaristía, de la vida que Dios me ha dado, de pertenecerle a Él a través de los votos; y me confío a mi Madre Santísima para serle el y corresponder a tanto amor, dejándome transformar en un cordero, que sea alimento para la vida del mundo.