I Lunes de Cuaresma
La Celebración de hoy, la Cátedra de San Pedro, cuyo origen se remonta al siglo IV, es una ocasión solemne con la que se rinde homenaje y se conmemora el primado y la autoridad de san Pedro. San Juan Pablo II recordaba que la festividad de este día, subraya el singular ministerio que el Señor confió a Simón Pedro, como cabeza de los apóstoles: confirmar y guiar a la Iglesia en la unidad de la fe. En esto consiste el ‘ministerium petrinum’, servicio peculiar que el obispo de Roma está llamado a rendir a todo el pueblo cristiano, en el que Cristo mismo es Piedra Angular de la comunidad eclesial.
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»
El Señor ha constituido a Pedro como fundamento visible de la Iglesia. La confesión de fe que realiza el apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, es la que todos los cristianos estamos llamados a profesar. Pues, es una fe cimentada en la Revelación de Dios y no en las opiniones de los hombres -por más buenas, elevadas y teológicas que sean o parezcan-, y es en razón de la fidelidad a esa fe revelada, que nuestro Señor ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Por ello, la firmeza de Pedro es la firmeza de la Iglesia; es decir, si Pedro se mantiene fiel a las enseñanzas recibidas de nuestro Señor, al depósito de la fe, al Magisterio, entonces la Iglesia permanece firmemente cimentada en la Verdad. De lo contrario, como la misma Escritura afirma: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» (Za 13,7). Es de todos conocida aquella escena en la que san Pedro, por su debilidad humana, niega a nuestro Señor; pasaje que nos revela que todo hombre, herido por el pecado original, está llamado a luchar continuamente.
De allí, la apremiante necesidad y el deber de cada uno de nosotros como bautizados de rezar por el Santo Padre, suplicando a la Santísima Virgen, que le conceda la gracia de la fidelidad a nuestro Salvador, especialmente en estos tiempos de tanta confusión.
Santa Jacinta Marto, pese a su corta edad, amaba entrañablemente al Santo Padre y no escatimaba sacrificio alguno por su santificación. También nosotros podemos adoptar esta sencilla oración para ofrecer a nuestro Señor, por medio del Corazón de María, Madre de la Iglesia, las distintas contradicciones, pruebas y tentaciones que experimentemos diariamente. De esta manera, no sólo saldremos victoriosos en el combate habiendo acudido confiados a la fuerza invencible de la gracia divina, sino que intercederemos por el Santo Padre y con él, por toda la Iglesia.
Recemos fervorosamente el Santo Rosario pidiendo por las necesidades del Santo Padre y por las intenciones de la Iglesia universal.