Roguemos pues con fe, recordando que lo valioso a los ojos de Dios es la humildad de un corazón que, en oración suplicante, sin necesidad de palabras locuaces ni atrayentes, se confía a su infinita misericordia. Nos dirá san Agustín: «Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración, … y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir… ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?».
Supliquemos a nuestra Santísima Madre, nos conceda una total confianza en la Voluntad Divina, para que sepamos pedir lo que conviene y esperar pacientemente el cumplimiento de sus designios de amor sobre nosotros.