«El que legítimamente luchare será coronado»

Domingo I de Cuaresma

Jesucristo fue tentado
21 de febrero

Al experimentar nuestra debilidad, la facilidad y frecuencia con la que pecamos, es probable que haya surgido en nosotros alguna vez el deseo de rogar así: “Señor, quítame este problema, aparta de mí esta tentación”. Mas, no es esta la súplica que hemos de elevar, sino que nuestra plegaria ha de ser aquella que Jesús nos enseñó: “Señor, no nos dejes caer en la tentación”. Porque, en este camino que emprendemos hacia la Pascua, ineludiblemente nos encontraremos con tentaciones, problemas, dificultades, desasosiegos; a los que nos inclinará nuestra concupiscencia a ceder y caer. Pero nos dirá el Concilio de Trento que «la concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien “el que legítimamente luchare, será coronado” (2 Tm 2,5)».

La respuesta es sencilla y nos la da el Salmo: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor». Es decir, dichoso quien se deja guiar por Él, quien se abandona en su santa Voluntad, aquella que tiene el poder de conducirnos siempre hacia el Bien y la Verdad. Claro está, que hemos de poner también de nuestra parte, pues, como enseña santo Tomás de Aquino, «la gracia supone la naturaleza». Esto lo hacemos guardando sus mandatos, evitando exponernos a situaciones de pecado, malas compañías, lugares que incitan nuestra caída, etc.

«Acabamos de escuchar en el Evangelio cómo el Señor Jesucristo fue tentado por el diablo en el desierto. El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en Él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para Sí mismo, de Sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para Sí mismo, de Sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para Sí mismo, de Sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para Sí mismo, de Sí mismo la victoria para ti. Si en Él fuimos tentados, en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete también a ti mismo victorioso en Él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla».
San Agustín
padre y doctor de la Iglesia católica

¡Comencemos este combate revestidos de la armadura de Cristo! Y ¿cuál es esta armadura? El Catecismo de la Iglesia Católica (Nº539), enseña: «Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha “atado al hombre fuerte” para despojarle de lo que se había apropiado». Comprendemos que quien decide apropiarse hasta de lo más mínimo, volcándose sobre sí mismo, estará pronto a seguir las huellas de nuestros primeros padres y a sucumbir finalmente en la tentación del maligno. Mientras que quien se dispone a despojarse, tanto de lo material, como de su propia voluntad para ponerla en manos de Dios; seguirá los pasos de nuestro Señor como siervo obediente, y gozará finalmente de la victoria.

Consagrémonos a la Bienaventurada Virgen María, quien estará pronta a auxiliarnos en cada una de las pruebas con las que nos encontremos en nuestro peregrinar, para que, llegados a la Pascua, podamos cantar desbordantes de gozo un eterno “¡Aleluya!”.

Compromiso de hoy

Asistamos a la Santa Misa en familia, y compartamos luego juntos lo que el Señor nos haya regalado a través de las lecturas, el Evangelio, la homilía, etc.