Novena: día 5

Día 5 de la novena

Oración Inicial

¡Oh Dios!, que en los orígenes tu Espíritu aleteaba sobre las aguas, para que tuviesen la fuerza de santificar, te rogamos desciendas con tu Espíritu, para que los que hemos renacido de las fuentes bautismales –tus hijos–, seamos ahora bautizados en el fuego del amor ¡Oh Dios!, que en la plenitud de los tiempos, tu Hijo, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en el seno de la Virgen, te pedimos infundas tu Espíritu, para que se produzca como una encarnación de tu Verbo en nuestras almas, haciéndonos hijos en el Hijo ¡Oh Dios!, que en los días de Pentecostés, tu Iglesia, en Cenáculo con María, recibió la fuerza del Espíritu Santo; te suplicamos, Padre, envíes tu Espíritu sobre nosotros, tus Peregrinos, y realiza un nuevo Pentecostés, para ser así testigos de la alegría pascual de tu Hijo

¡Oh Dios!, que en la potencia creadora del Espíritu Santo, no dejas de enriquecer a tu Iglesia con nuevas vidas de santidad; te rogamos mandes, Padre, con tu Hijo, al Espíritu Santo: Espíritu de las Bienaventuranzas, Espíritu de unidad y caridad, para que hoy como ayer, la Iglesia de la Eucaristía, revitalizada en los dones y carismas de tu Espíritu, sea Sacramento de Unidad y salvación para todos los pueblos. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

DÍA QUINTO

“El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”

(Rm. 5, 5)
Meditación

El Espíritu Santo es el que nos revela plenamente la verdad de lo que Dios es, su vida íntima; pues lo oculto de Dios, Él mismo nos lo ha dado a conocer. Se nos revela como la tercera Persona de la Santísima Trinidad.     

Aparece de una manera muy hermosa en el “principio” de la creación aleteando sobre las aguas, y en el “principio” de la Buena Noticia haciendo posible la Encarnación del Hijo Unigénito de Dios. Al profundizar en estos misterios queda de manifiesto la grandeza de Dios y nuestra pequeñez.

¿Hasta dónde ha llegado Dios para convencernos de su Amor?

Ha asumido lo que el hombre rechazó, su condición de creatura.

Piensa tú por un momento las veces que has despreciado tu condición de creatura y lo atrevido y decidido que ha sido Dios haciéndose creatura por ti, porque: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16) El Espíritu Santo es quien posibilita y acompaña toda la vida y misión de Jesús para que así quede de manifiesto que Él ama al Padre y el Padre lo ama a Él, pues es el testigo principal y esencial de su Amor; siendo el Amor mismo de Dios con el cual y por medio del cual el Padre siempre ha amado a su Hijo, y el Hijo siempre ha amado a su Padre; por consiguiente, el mismo Amor con el cual y por el cual nos ama a nosotros.

Es gracias a lo anterior, que sólo el amor permite experimentar gozo en la pequeñez de la creatura, ya que es el mismo Amor quien ensalza la pequeñez de su creatura al nivel de su Creador. Sólo hay un Hijo que se hizo creatura, para que la creatura se hiciera hijo y una sola cosa con su Creador. Ese es el grito ¡Abbá! de Jesús, el grito del Amor, del cual daba testimonio el Espíritu Santo.

El mismo grito que se da hoy en el Peregrino que se deja transformar en hijo, haciendo sólo lo que el Padre quiere y deseando sólo lo que Él desea, para ser Sacramento de Unidad y carne para la vida del mundo, atrayendo a todos hacia Él.

Oración Final

¡Abbá! Tú que al crearnos infundiste en nosotros el aliento de vida, y tras el pecado nos enviaste a tu Hijo Unigénito para salvarnos, te pedimos, por la intercesión de la Santísima Virgen María, que prepares nuestros corazones, para poder así nacer de nuevo en el Espíritu, dando testimonio de la Verdad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.